Parece el nombre de una película de acción protagonizada por el Jason Statham de turno, pero por desgracia es la actualidad que vive Libia.
Gadafi, ha manifestado desde Trípoli su intención de continuar luchando por el país cuyos ciudadanos no le quieren ver ni en pintura. Con la pérdida que ha sufrido del control militar de casi todas las zonas del país, el tirano se mantiene en su búnker de Trípoli expresando su intención de luchar hasta la muerte si es preciso.
Por su parte, la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, Navi Pillay, comunicó que ha recibido informaciones sobre miles de muertos provocados por el ejército a los ciudadanos rebeldes.
De hecho, las pocas informaciones que nos llegan de los ciudadanos que consiguen atravesar el paso fronterizo de Ras Ajdir, en el límite occidental con Túnez, señalan que las fuerzas leales al régimen, los conocidos como los cascos amarillos, no dudan en abrir fuego de artillería contra la muchedumbre manifestante. En especial en zonas como Yumhuría y Janzour, barrios periféricos de la capital. Este grupo de mercenarios son identificados como jóvenes de Níger, Chad y Sudán contratados por el tirano. Unos niños de la guerra convertidos en mercenarios cuya crueldad es extrema según las informaciones de los ciudadanos que logran atravesar el paso fronterizo.
Pero para Gadafi estos jóvenes no son los extranjeros, los extranjeros son los que alientan a su pueblo a la revolución, ya que el tirano de trajes de colores piensa que la de su país no es una revolución para la liberación de Libia, sino una revolución de “extranjeros y drogadictos”.
Este discurso apasionado desde la plaza Verde de Trípoli sobre “vencer al enemigo” y “responder al extranjero como en el pasado”, desentona con la reciente aparición de Saif el Islam, hijo y teórico sucesor de Gadafi. Saif ha admitido que el conflicto ha dado un giro negativo para el régimen y que su ejército se está replegando en zonas del oeste del país, abriendo una puerta a la negociación.
Gadafi, ha manifestado desde Trípoli su intención de continuar luchando por el país cuyos ciudadanos no le quieren ver ni en pintura. Con la pérdida que ha sufrido del control militar de casi todas las zonas del país, el tirano se mantiene en su búnker de Trípoli expresando su intención de luchar hasta la muerte si es preciso.
Por su parte, la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, Navi Pillay, comunicó que ha recibido informaciones sobre miles de muertos provocados por el ejército a los ciudadanos rebeldes.
De hecho, las pocas informaciones que nos llegan de los ciudadanos que consiguen atravesar el paso fronterizo de Ras Ajdir, en el límite occidental con Túnez, señalan que las fuerzas leales al régimen, los conocidos como los cascos amarillos, no dudan en abrir fuego de artillería contra la muchedumbre manifestante. En especial en zonas como Yumhuría y Janzour, barrios periféricos de la capital. Este grupo de mercenarios son identificados como jóvenes de Níger, Chad y Sudán contratados por el tirano. Unos niños de la guerra convertidos en mercenarios cuya crueldad es extrema según las informaciones de los ciudadanos que logran atravesar el paso fronterizo.
Pero para Gadafi estos jóvenes no son los extranjeros, los extranjeros son los que alientan a su pueblo a la revolución, ya que el tirano de trajes de colores piensa que la de su país no es una revolución para la liberación de Libia, sino una revolución de “extranjeros y drogadictos”.
Este discurso apasionado desde la plaza Verde de Trípoli sobre “vencer al enemigo” y “responder al extranjero como en el pasado”, desentona con la reciente aparición de Saif el Islam, hijo y teórico sucesor de Gadafi. Saif ha admitido que el conflicto ha dado un giro negativo para el régimen y que su ejército se está replegando en zonas del oeste del país, abriendo una puerta a la negociación.
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